miércoles 5 de agosto de 2009

Foo-Fighters sobre los campos de Boadilla (Palencia)



Caso extraído de las investigaciones efectuadas por Juan José Benítez

Testigo: Melecio Pérez Manrique
Edad: 65 años
Fecha del suceso: 28 de noviembre de 1968

El Caso:


Melecio es un campesino que vivió del campo y para el campo. A la edad de 65 años fue testigo clave de la mayor lluvia de foo-fighters de toda la historia de la ufología española.

Nació en Boadilla, población situada a poco más de cuarenta kilómetros de Palencia. Es respetado en toda la comarca y nadie puede dudar de su hombría y buen hacer.
Melecio relata el caso como sigue:

“Fue en invierno: el 28 de noviembre de 1968, lo tengo bien grabado porque además era el último día de siembra. A eso de las ocho de la noche, con el sol caído ya del todo, saqué el tractor de los campos y salí de Melgar de Yuso, donde había estado trabajando, dirigiéndome por la carretera hasta aquí, Boadilla.

Llevaba también la máquina de sembrar, así que la marcha del tractor era lenta. Hacía mucho frío; mi tía me había pedido que entrara a merendar en Yuso, pero le dije que no y seguí mi camino.

Y según venía pude observar, a ambos lados de la carretera, muchas luces en los campos. Quizás treinta o cuarenta a cada lado… Eran blancas y parecían estar en el suelo.

Al principio pensé que eran los focos de los tractores y camiones que cargaban la remolacha, pero luego reparé en la hora y en la oscuridad reinante y comprendí que no podían ser camiones o remolques, porque a esas horas y con aquel frío, los campos se quedan vacíos.

Seguí hasta Boadilla y al llegar al cruce de Melgar con Itero de la Vega, apareció en el cielo aquella otra luz…

Hasta llegar al cruce emplee unos 20 minutos y en todo ese tiempo estuve viendo esas luces y lo curioso es que no se movían. Yo no sé que podía ser aquello”.

UNA GRAN LUZ

“La otra luz en el cielo era mucho más grande, redonda y algo mayor que la luna llena, y tenía esa forma. El ángulo superior brillaba como los fluorescentes. Yo estaba asombrado, allí pasaba algo raro.

La luz del cielo permanecía quieta y a poco más de 500 o 600 metros. De pronto hizo un giro muy brusco y se colocó a mi izquierda. Yo no sabía qué hacer. El tractor iba ya a todo lo que daba de sí: quizás 15 o 20 kilómetros por hora.

Pero antes de que pudiera pensar, la luz dio otro salto y se situó frente a mí, justo sobre la carretera.

Fue entonces cuando yo cogí miedo. Reduje la velocidad y poco faltó para que saltara y me tirase a la cuneta... Pero de pronto, a la misma velocidad que en otras ocasiones, la luz volvió a mi banda izquierda y me acompañó por espacio de dos kilómetros. Justo cuando me iba a saltar a la cuneta, recuerdo, la luz se desplazó a mi izquierda, como a unos 50 o 60 metros de la carretera. Era como si me hubiera leído el pensamiento.

Bueno, pues al llegar a un pequeño alto e iniciar el descenso, observé a mi izquierda y también al borde de la carretera, otras dos luces anaranjadas que al principio confundí con los pilotos traseros de algún camión. Estaban a un metros del suelo, poco más o menos, y separadas entre sí cosa de dos metros. Al mismo tiempo noté a la derecha otra luz muy fuerte, pero esta era blanca. Pensé que era alguien con alguna linterna, pero después de avanzar un kilómetro me di cuenta de que no terminaba de alcanzarlas… ¿Cómo podía ser?”.

ME ACOMPAÑARON SIETE KILÓMETROS

“La luz que brillaba en el cielo seguía a corta distancia por delante de mí. Empecé a poner las luces altas pero nadie respondía. Yo me moría por llegar a Boadilla, o al menos, cruzarme con alguien en la carretera. Pero no acertaba a pasar absolutamente nadie.

Al poco vi una cuarta luz, también blanca, pero surgió por mi izquierda. La vi salir de uno de los caminos por lo que pensé que era un camión. Yo paré el mío y esperé a que saliera a la carretera, pero no escuché ruido alguno. Después de varios minutos de inútil espera seguí mi camino, pero la luz se había detenido también.

El resto de luces estaban a 10 o 15 metros por delante, solo la grande en el cielo estaba distanciada. Total que al rebasar esta cuarta y última luz, me volví y ya no estaba.

Las luces en definitiva me siguieron hasta la entrada a Boadilla, en total unos 7 kilómetros. Cuando estaba a punto de tomar la última curva y entrar ya en el pueblo, la tercera luz, la de mi derecha, se elevó bruscamente y desapareció en el cielo.

A la izquierda de la carretera, justo en la dirección que llevaban las dos luces anaranjadas, teníamos entonces en Boadilla unos hermosos árboles, pues bien, me dije, si esas luces siguen por allí se estrellarán contra el bosque. Y cuál no sería mi sorpresa a ver como una de ellas seguía por la cuneta misma y la segunda, haciendo mil quiebros y fintas, sorteaba todos y cada uno de los árboles que se levantaban a su paso.

Entre en Boadilla como alma que lleva el diablo. Mientras tanto, aquellas dos luces anaranjadas habían quedado como pegadas en una tapia de las afueras.

Salté del tractor y corrí al bar. Allí estaban Pedro Mediavilla y Edelmiro, que ya falleció. Los tres montamos nuevamente en el tractor y salimos a la carretera. La luz grande seguía en el cielo, apuntando ya en la dirección de Amusco, y a ambos lados de la carretera, tal como las había visto al principio, decenas de luces blancas. Y todas como a un metros del suelo.

Paramos el tractor, y Pedro, con un palo, se dirigió a los sembrados, dispuesto a golpear una de aquellas luces. Pero cuando se disponía a soltar el primer garrotazo, la luz que era como un pequeño disco, se apagó y desapareció”.

LLENABAN LOS SEMBRADOS

“Las luces llenaban todos los sembrados hasta donde alcanzaba la vista. Eran blancas y redondas. ¡Era un espectáculo lindo!... Estábamos tan asombrados que seguimos con el tractor hasta Frómista. Las luces se extendían sin fin sobre los campos. En aquellos campos se estaba sembrando cebada y trigo.

Lo que más me impresionó fueron las dimensiones de la luz grande: quizás 100 metros o más. En realidad era la que más nos interesaba y la seguimos hasta Frómista pero, al ver que se alejaba, regresamos al pueblo.

Yo no creo en los OVNIS pero lo que vivimos no tiene explicación lógica”.

A juzgar por la descripción de este sencillo agricultor, que nada o casi nada conocía del tema, aquella noche de invierno de 1968, bien conocida entre los investigadores por la gran oleada de OVNIS registrada en España y en buena parte del mundo, una nave de considerables dimensiones había sobrevolado los campos de Palencia y, decenas, quizás cientos de foo-fighters o “bolas de fuego” llegaron hasta los mismísimos surcos recién sembrados.

Los especialistas e investigadores de OVNIS no se han puesto de acuerdo sobre la naturaleza y finalidad de estas “bolas de fuego”. Algunos se inclinan a pensar que pudieran tener un cometido similar al de supertecnificadas y sofisticadas sondas, que son capaces de llegar allí donde no podría aproximarse una nave de exploración. Si esto fuera así, quizás podríamos aventurar la hipótesis de un intento de análisis o conocimiento de los campos recién sembrados, por parte de los seres que tripulaban la gran luz, como llamaba Melecio al brillante objeto que tanto le asustó. Pero estas son solamente hipótesis, las intenciones bien pudieron ser otras… Tiempo al tiempo.